No es lugar para el viajero al salto o con prisas. Por aquí no se va a ninguna otra parte que al fin de un mundo, al fin del ruido; es decir, hacía adentro de uno mismo, al interior medular del paisaje.
Así lo descubrieron todos los monjes visigóticos que poblaron con sus eremitorios y cenobios cada pliegue de este laberinto de valles, creando todo un mundo de pequeñas cuevas al servicio de anacoretas retirados en busca de paz espiritual.
Por eso se le llama a todo el paraje Tebaida Berciana , lugar de ermitaños, Fructuoso y Genadio son sus primeras señas de identidad, Fundaron monasterios en Compludo, San Pedro de Montes o Peñalba de Santiago, lugares repoblados espiritualmente a lo largo de siguientes siglos con la incorporación de monjes huidos del califato de Córdoba, frailes mozárabes que levantarían en Peñalba una de las mayores fascinaciones de este arte constructor que evoca formas de la España musulmana.
De aquel monasterio mozárabe queda hoy su espléndida iglesia, Y en el pueblo de Montes aún da señas de su poder el viejo monasterio en ruinas y su iglesia de torre románica y vestigios de piedra hispano-goda.
Como espacio natural, el Valle del Silencio tiene toda la magia de lo agreste, bosque y peña, valle de claustro y cumbres de nieve. Sus pueblos y su arcaica agricultura parecen también fósiles del tiempo, piezas indiscutibles del alma paisajística de este gran valle y de sus fondos de saco laterales por los que corren arroyos que nutren el río Oza, el valle del Oza, el Valdueza.
No tienen especial estorbo histórico ni humano las especies faunísticas propias del lugar: jabalíes, corzos, ginetas, zorros, hurones, lobos,... y el aire es campo absoluto para más de ciento cuarenta especies de aves de porte y pájaros.
Botánicamente, el conjunto montaraz es un mosaico de verdes: robles, encinas carrascas, genistas, urzales, carquesias... y en medio de todo ello, por aquí y por allá o enfajando los agrupados pueblos, están los castaños con su arboladura y majestad, alma también de la belleza forestal de todo lo berciano. Cerrando el conjunto, los Montes Aquilanos sugieren aún la maldición de Júpiter, seriamente temida en las labores mineras rondanas, al castigarse con el rayo a quien entre con hierros para hurgarte las entrañas de esta tierra del silencio.
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